Mercantilización financiera y crisis climática
14 desembre 2019 | Categories: aigua, canvi climàtic, drets humans, especulació financera, financiarització de la econòmia, medi ambient, Opinió, Portada |
Alberto Fraguas. Coordinador de ecología política de ATTAC España
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Mercantilización financiera y crisis climática (I)
¿Cambio Climático o Clima de Cambio?
Cuando escucho y leo a los más grandes prebostes de las finanzas (George Soros, Bill Gates, Warren Buffet, …) hablando de la crisis del capitalismo y de la necesidad de reequilibrar el modelo para que la desigualdad inmanente de su acción no se convierta en un problema para su supervivencia, recuerdo siempre al estoico Epicteto cuando declaraba que la «verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad». Pero ¿cuál es la complicidad que buscan Soros o Buffet? Intentaré explicarlo en este artículo.
Estos personajes conocen bien que el juego está rompiéndose, sus excelsos foros prospectivos así se lo dicen (en especial los Informes del Global Risk del Foro de Davos) y que los inventos lampedusianos del «cambiar todo para que nada cambie», que tan bien han funcionado hasta el momento, con el cambio climático ya no valen.
Lo primero que debiéramos entender es que la crisis climática está esencialmente originada por un gas, el CO2 que no es en sí un contaminante al uso, sino que al contrario se trata de un compuesto básico para la vida, un gas universal que actúa en la homeostasis esencial de muchos ecosistemas, entre ellos el nuestro. No es, pues, un compuesto químico que se pueda retener o depurar por una determinada tecnología, sino que es esencialmente vital en el equilibrio de absorción/emisión de los seres vivos.
Sin embargo, hemos destrozado este equilibrio con un sistema económico incompatible con estos ciclos naturales lo cual está produciendo cambios deletéreos en el clima.
Esto es conocido hace años… lo que no era tan sabido es que la velocidad de los impactos ocasionados por el cambio climático ha sido mucho más rápida de lo esperado. Y esto sí que asusta al sector financiero y a sus ideólogos.
La verdad es que en estos últimos meses mucho se ha hablado del tema, elevando ya el grado de riesgo a lo que hace años algunos reclamábamos como emergencia climática, que como tal se negaba en círculos gubernamentales y empresariales y que hoy nadie se atreve a ocultar. Esperemos que no ocurra como en otras ocasiones y que tras el «boom» mediático coyuntural, haya recorridos para la solución del mayor reto que tiene hoy en día nuestra sociedad. Sí, es cierto que existe una mayor preocupación social por el tema, al mismo tiempo que se empieza a observar una menor credibilidad en que la acción de las instituciones públicas sea suficiente para poner sobre la mesa los cambios necesarios.
Nada de esto es nuevo, en los últimos años ya ha ocurrido de una u otra forma, pero también es cierto que hay dos elementos que caracterizan el momento actual y que sí pueden ser considerados como disruptivos según terminología actual.
Por una parte, el mundo científico ha manifestado en sus informes oficiales que las predicciones tanto en los plazos de manifestación como en alcances de los riesgos que conlleva el Cambio Climático han sido muy conservadores. Así, los Informes del Panel de Expertos en Clima de NNUU (IPCC) y de Biodiversidad (IPBES), así como el reciente manifiesto de la Revista Bioscience firmado por 11.000 científicos, indican que los efectos serán más devastadores de lo que se creía tanto para el entorno ambiental como para la salud humana y sus estructuras económicas.
La puesta en escena de la ciencia preocupa y desconcierta severamente a los poderes públicos. La abrumadora autodesconfianza de los que conocen el proceso, de los científicos, genera una incertidumbre que ha sido recogida como línea de lucha por otro actor, hasta ahora pasivo: la juventud. El fenómeno de Greta Thumberg tiene un enorme impacto y más allá de las críticas interesadas que ha tenido (y tendrá) su influencia ya está extendida de tal forma que enormes contingentes de chicas y chicos de 15 a 25 años, ya llenan las calles y reclaman preocupadamente por su futuro. Este movimiento global está llevando los principios, criterios y propuestas del histórico ecologismo a las casas, a los colegios e institutos; lo está incorporando a la ciudadanía, a la cotidianidad, a las madres, a los maestros … un movimiento que apuntalado por su potencia por los medios de comunicación y las redes sociales, está preocupando más y más a gobiernos y empresas; a aquellos por presiones en la calle donde se vislumbran importantes iniciativas de desobediencia civil y acción no violenta (Rebelión Por el Clima 2020, «Friday For Futur»/Jóvenes por el clima), pero también las empresas empiezan a ver el riesgo, pues un potencial boicot a sus productos y daños en su imagen corporativa afectaría muy mucho una cuenta de resultados.
De Cambio Climático a Emergencia Climática
Llevamos ya años escuchando que no hay Economía sin Ecología, pero el fondo de la cuestión es ¿Qué tipo de Economía? Hay una realidad incontestable y es que la Economía neoliberal de mercado, basada en un capitalismo de crecimiento infinito (lo trae consigo por definición), está ciertamente abocada al fracaso en tanto en cuanto ella misma depende de unos recursos naturales que no lo son, que se acaban, que se están acabando.
Esta falacia sin duda la conoce bien el capitalismo; como también conoce que los ritmos que posee la naturaleza no le son suficientemente rápidos para los beneficios económicos en los que se sustenta el modelo y por ello precisa mantener una estructura de creación de permanentes dependencias, se conozcan o no los efectos ambientales derivados de ellas.
La única opción viable y sostenible es que el propio modelo económico tenga en cuenta primordialmente los ciclos naturales: del agua, del aire, del suelo, … que se armonice con ellos teniendo en cuenta su renovabilidad. Pero esa renovabilidad no es tan veloz como el sistema exige.
El Cambio Climático no es sino el gran indicador de este fracaso del modelo económico actual, perceptible en tiempos lo suficientemente largos como para que el capitalismo genere ilusiones tecnológicas de corrección, que como tales ilusiones son irreales.
Pero hay otra derivada que ya vemos claramente y es que apelar a los equilibrios ecosistémicos es apelar también a la equidad social. La relación entre déficits ambientales y sociales es directa. Un ejemplo claro es la permanente homeostasis social que suponen los procesos migratorios que devienen en refugiados ambientales (más de 70 millones según ACNUR) provenientes de países castigados por sequías y consiguientes hambrunas que generaron guerras. Un perverso círculo vicioso catalizado por el calentamiento global provocado mayoritariamente por los países desarrollados a los que estos refugiados quieren volver en justa reciprocidad.
Hay datos objetivos. Así en los dos últimos siglos de desarrollo del capitalismo la temperatura media del planeta se incrementó un grado por encima de la media preindustrial lo que ha traído grandes modificaciones en los ecosistemas y en la disponibilidad de los recursos naturales. Este incremento de temperaturas conlleva a su vez riesgos sobre la salud pública y cambios climáticos que incrementarán en número y dureza los fenómenos extremos: inundaciones, sequías, incendios, etc… Hay una realidad en nuestro país que revela el enorme riesgo de la situación y es la reducción de precipitaciones y por tanto disponibilidad de agua en casi un 25% en la última década. La situación es realmente de emergencia.
En todo caso, un buen diagnóstico debe ser parte de la solución real. El análisis objetivo de la realidad de un problema es esencial para alumbrar las soluciones y por ello es imprescindible verificar las causas o lo que es muy parecido, determinar las responsabilidades de la crisis climática. En términos claros es más responsable … quien tiene más responsabilidades medidas estas en emisión de CO2. Y los emisores, los grandes emisores, saben muy bien que lo son y conocen bien el rango de responsabilidad.
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Mercantilización financiera y crisis climática (II)
Los anticuerpos del sistema
El capitalismo neoliberal siempre ha sido consciente de los daños que ha ido provocando sobre el Planeta. Para ir solventando esta responsabilidad ha ido pasando por diversos procesos de integración de cara a dar un rostro amable y preocupado de su acción. Es lo que el Razmig Keucheyan llama los anticuerpos del sistema capitalista, en su brillante ensayo «La Naturaleza como campo de batalla», unos anticuerpos que le sirven al «modelo oficial» para soportar una realidad como es la esquilmación a la que someten a los recursos naturales. Esta es la «complicidad» que busca el Foro de Davos, una complicidad teñida de mensajes y acciones falaces cuyos resultados pueden tildarse de la mayor perversidad de la historia de la humanidad reciente. Y no exagero pues está en juego esa propia historia. En la Figura adjunta se observa gráficamente este proceso que se explica a continuación.

Los pasos de adaptación (generación de anticuerpos) han sido paulatinos. Durante los años 60, aunque ya se empezó a negar los problemas ambientales, el crecimiento económico y la sociedad del bienestar todo lo justificaban. Tras el tremendo trauma social que supuso la II Guerra Mundial, donde por cierto ya algunos personajes ahora teñidos de «sostenibilidad» hicieron negocios que aún perduran, vinieron años de una supuesta prosperidad donde se fortalecieron las clases medias con el consiguiente reinado del consumo.
El abuso de los recursos naturales que este tan proceloso ataque global de optimismo, trajo consigo como consecuencia las primeras señales de alerta con los magníficos Goldsmith (Manifiesto por la Supervivencia), Barry Commomer (que fue básico para el desarrollo del ecologismo político) y, quizás el más destacado Informe Meadows del Club de Roma, sobre «Los límites del crecimiento». Era principios de los 70 (1972 para ser exacto) y ya sabíamos que el camino llevaba al precipicio.
No obstante, en los años 80 surge un supuesto gran avance para reorientar equilibradamente el modelo. Es una etapa CORRECTIVA, donde las necesidades de depuración de aguas, gases, la gestión de residuos, etc… implicó unas inversiones en políticas ambientales que generaron un ya primigenio mercado verde. Todo basado en el tan perverso «quien contamina paga» que se convirtió en «pago y puedo seguir contaminando». El hasta dónde poder seguir degradando supuso un primer proceso de mercantilización, pues implicaba empezar a pensar en términos económicos la restitución de los valores naturales. Se crea pues ese mercado verde, un primer «Green» Deal, que hoy está tan en las agendas políticas y empresariales.
Ya en los años 90 hasta el fin de siglo el proceso siguió dando una vuelta de tuerca. Crecen las políticas llamadas PREVENTIVAS que supuso un impulso de la sostenibilidad como paradigma. Una buena idea que de tanto sobarla, manipularla, ajarla … se rompió. Era el Desarrollo Sostenible cuestionable (un oxímoron se decía) pero un intento de compatibilizar crecimiento (se entiende así el concepto de Desarrollo) y recursos naturales. Se asienta «lo verde como negocio, como oportunidad» y se lanzan los procesos de monetización de la naturaleza, con el Programa de Evaluación Económica de los ecosistemas del Milenio como estandarte. Es la idea de valorar económicamente los ecosistemas para incluir esa valorización en el sistema vendiendo la prevención como vehículo de soporte. El plan estaba trazado.
A partir de aquí y en los años 2000 (y hasta hoy en día) estamos en el último escalón de momento de los procesos donde la Economía atrapa a la Ecología sin integrarse en ella. Estamos en el lanzamiento de las políticas COMPENSATORIAS de efectos que supuestamente no se pueden paliar. Si no se puede (ni se quiere) minimizar ni corregir, se buscan supuestas contrapartidas; el cómo lo pondrá en la mesa el sector bursátil con los procesos de financierización que desde la banca son fomentados como soluciones, ya desde el mismo Protocolo de Kioto. Luego desarrollamos este aspecto.
Sería factible pensar como hipótesis de trabajo que este proceso de adaptación de la posición del mundo económico con respecto al medio ambiente y el cambio climático, podría ser a priori planteable …, si no fuera porque el fracaso del planteamiento ha sido total. Los niveles de CO2 en la atmósfera son los más elevados a los que se ha enfrentado el Planeta. Baste recordar además que aproximadamente la mitad de los gases de efecto invernadero expulsados por el ser humano a la atmósfera, se han emitido desde 1980, la era del desarrollo sostenible. Asimismo, la pérdida de suelos fértiles y de biodiversidad (especies y espacios) es mayor que nunca, los incendios son más y más devastadores, los problemas de abastecimiento y saneamiento de las aguas siguen siendo los mismos y cada vez peores. Los indicadores de todos los vectores ecológicos son los peores de la historia de la humanidad. El fracaso es evidente.
Los pasados Objetivos de Desarrollo del Milenio no se cumplieron y es muy previsible que así ocurra con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, otro «deja vu» bien intencionado quizás, pero que da respuestas insuficientes creando espectativas ilusionarias y como tal contraproducentes, pues genera la idea de que «algo se está haciendo» cuando lo que se hace realmente es insuficiente. El Capitalismo aunque se tiña de verde no puede superar su base fundacional como es la de necesitar un crecimiento permanente en un planeta de recursos finitos.
El Riesgo como Negocio Financiero
Antes ya introduje el asombroso hecho de plantear la financierización de la naturaleza como solución. Este ya no es un lavado verde de la actividad humana. Se trata de seguir lucrándose financieramente con las heridas causadas en la naturaleza. Son esas «nuevas oportunidades de negocio» que brinda el desastre en un perfecto bucle donde el lucro que se dio y debido al cual se causó el problema, tiene continuidad en la supuesta corrección del mismo sin que esta sea realmente efectiva pues en sí el mantenimiento del problema (cambio climático) genera negocio.
Esta financierización de la naturaleza está impulsada por un supuesto ambientalismo que en nada preocupa la naturaleza sino los negocios privativos que de ella podrían extraerse, y que caen en manos de agentes financieros cuya preocupación es la de monetarizar y mercantilizar unos «servicios y bienes» ecológicos con independencia de la nula seriedad científica en que se basen las valoraciones, y con el único objetivo de crear un nuevo mercado especulativo con otras herramientas aunque dé igual que lo que esté en juego sea el futuro común. Se trata de una nueva burbuja ambiental y climática que no solo no resuelve los problemas ambientales sino que los incentiva, pues es la degradación ambiental la que genera las expectativas de negocio. Es obvio que esta especulación financiera distorsiona y dificulta la eficacia de las políticas de reducción de gases de efecto invernadero.
Los Acuerdos por el clima de NNUU (COP) que se han ido firmando en estos últimos años no solo no limitan sino que han fomentado esta financierización. Así, los mercados de carbono, generados en origen por el Protocolo de Kyoto en un proceso que hoy mueve unos 150.000 millones de dólares y supone un mecanismo especulativo donde ilusoriamente se pretende que el mercado corrija los déficits que ha generado él mismo, con el lógico resultado de que el CO2, causante del calentamiento global, no solo no se ha reducido sino que se ha incrementado a nivel mundial y con él el negocio empresarial añadido, con independencia de que los efectos del Cambio Climático los sufran millones de personas, fundamentalmente los países menos desarrollados que menor responsabilidad tienen en la causa del problema.
Desde Europa se ha globalizado este Mercado de Carbono generando un derecho a seguir contaminando con un filtro financiero que se estructura sobre créditos de carbono, un nuevo «mercado común» donde las empresas compran y venden derechos para seguir contaminando, es decir, emitiendo CO2 y en todo caso planteando como Mecanismos supuestamente compensadores de sus emisiones, la puesta en marcha de actuaciones y proyectos que poseen en sí un enorme impacto ambiental y sin embargo son vendidos como «energías verdes» (p.ej. grandes hidroeléctricas).
A este mercado del carbono en los últimos años coincidentes con la llamada crisis económica, se han creado otros mercados de financiarización de los riesgos ambientales, transfiriendo el modelo especulativo a otros vectores ecológicos al transformar esos riesgos en créditos o bonos con los que se especula en bolsas especiales (bonos ante fenómenos climáticos extremos, mercados de CO2, «Bancos de biodiversidad»…). Con apoyo en los sistemas de Seguros que siempre han estado en el corazón del capitalismo como dispositivos de protección de inversiones, se han creado otros y muy variados “productos” que se han extendido a este nivel y crecen en valor proporcionalmente a la escasez de los recursos naturales incentivando indirectamente su degradación. Por ejemplo, los seguros climáticos como bonos “catástrofe” o “bonos cat” (sí, se llaman así) cubren desastres naturales un mercado de casi 40.000 M$ en los últimos cinco años ligados a huracanes, maremotos, tifones, etc… son lanzados por aseguradoras o reaseguradoras para trasladar el riesgo que asumen. El mecanismo es el habitual: las empresas de seguros venden los bonos para ayudar a cubrir potenciales reclamaciones de indemnización debidas a estos desastres naturales muchos de ellos (en realidad casi todos) ligados en un mayor número y dureza al cambio climático.
Otro proceso especulativo creciente es el mercado de «bonos verdes» o endeudamiento ligado directamente al desarrollo respetuoso con el medio ambiente (mercado de títulos de crédito para financiar proyectos contra el cambio climático u otros proyectos «correctores» de impactos) implica inversiones a largo plazo donde el 70% de los bonos se comercializan a más de diez años, tiene emisores como entidades multilaterales, organismos de inversión internacional, empresas agresivas al entorno, entidades financieras o incluso administraciones públicas. Ese mercado de «bonos verdes» ha pasado de los 2.600 millones de dólares (2.364 millones de euros) en 2013 a más de 300.000 millones de dólares en 2017, con una enorme previsión de crecimiento según la «Climate Bonds Initiative». Esta hegemonía del poder financiero ha provocado que se primen rentabilidades a corto plazo, obviando medidas preventivas y correctoras ambientales y priorizando la extracción de los materiales de los ciclos naturales muy por encima de su capacidad de regeneración. Una realidad que también se ha dado y se dará con el acaparamiento de tierras por parte de élites financieras como reservas energéticas o alimentarias, en una recolonización que ahondará más las actuales desigualdades.
En los últimos años incluso la Biodiversidad ha sido y es también objeto de una mercantilización y va tomando rostro en algunos países carentes de la necesaria regulación. Así los “Bancos” de conservación o de hábitats, el propio concepto de “capital natural” o el Pago por Servicios Ecológicos (la terminología neoliberal cala en la sociedad) o las reforestaciones como sumideros de CO2, pueden generar “créditos” o bonos intercambiables también en el mercado financiero perpetuando el problema de desaparición de especies animales y vegetales que también afecta directamente a nuestra calidad de vida.

La realidad es que a más capitalismo, mayor probabilidad de desastres naturales por la desregulación que conlleva, incrementando incluso posibles riesgos fiscales en los Estados, pues cuando los costes de corrección de los efectos ambientales son excesivamente caros para la cuenta de resultados de las empresas, estas transfieren el costo al Estado como en su momento ocurrió con los desmanes financieros. Es la lógica misma de este sistema: socialización de los costos, privatización de las ganancias, en este caso también a nivel ambiental.
La paradoja de todo esto es que a efectos de contabilidad nacional y de Producto Interior Bruto (PIB), no hay repercusión negativa pues las grandes catástrofes sanitarias y/o ambientales que le cuestan cientos de miles de millones de euros a la colectividad, no se contabilizan como tales sino como aportaciones de riqueza en la medida en que generan actividades económicas (su resolución) que se expresan en dinero; todo ello gracias a la singular alquimia de nuestros sistemas de contabilidad (PIB), que miden pésimamente la realidad de un país.
La financierización de la naturaleza, pues, no solo no resuelve los problemas sino que los incentiva, los recrea, en su lógica de rentabilización de inversiones especulativas favoreciendo así a los generadores de los efectos ambientales. Por mucho capitalismo “verde” o de “rostro humano” que se nos quiera vender la realidad es que el problema en sí es el capitalismo. No valen adjetivos.
Sin embargo, y a pesar de todas las evidencias la Comisión Global sobre Economía y Clima, copresidida por Lord Nicholas Stern (Banco Mundial) estima que será necesario invertir del orden de 90 billones de USD para 2030 para evitar que la temperatura del planeta aumente por encima de los 2°C a finales de siglo respecto a la era preindustrial. Este enorme despliegue de capital (cifra que es superior al valor del stock actual de la infraestructura del mercado de la economía verde) representa grandes oportunidades especulativas para empresas e inversores que alinean sus carteras con los retos globales. La economía verde representa un 6% del mercado bursátil mundial, o alrededor de 4 billones de USD, valor derivado principalmente de los servicios de energía renovable, eficiencia energética, agua, residuos y contaminación. Su valor podría aumentar hasta representar el 10% del valor del mercado mundial para el año 2030, lo que supondría un volumen aproximado de inversiones verdes para entonces de unos 90 billones der USD (cifra similar a la que representa el mercado mundial de la salud).
Esta es la base de las nuevas orientaciones basadas en un New Green Deal que vienen de USA, Alemania, Reino Unido y que han llegado a España. La cuestión es de nuevo: ¿Qué New Green Deal?. La cuestión en sí es plantear si esta inversión no sea una vez más una herramienta lampedusiana (cambiar todo para que nada cambie) que suponga un cambio tecnológico a nivel energético sin modificar el modelo en sí mismo. Un New Green Deal que pretenda realmente ser transformador debe mirar hacia un proceso transicional promoviendo la descentralización completa del modelo energético, empoderando a la ciudadanía y potenciando sus elementos de coordinación más allá de las grandes corporaciones de producción y distribución energética, incentivando también acciones de economía social y de cercanía que están emergiendo como nueva punta del iceberg.
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Mercantilización financiera y crisis climática (y III)
El terco sentido de los datos
Todo esto es la respuesta de los «Foros Económicos». Nada más que vueltas al mismo sitio (¿será eso la Economía Circular?). Solo algunas cifras: 100 grandes corporaciones emiten el 70% del CO2 actual (el 70% entidades privadas) y dentro de estos, 20 empresas emiten el 35% del CO2. Asimismo, el 10% de la población más rica del planeta emite el 50% de los gases de efecto invernadero. Ahí están las responsabilidades.
Si tenemos en cuenta que según la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), de los USA se emiten aproximadamente unas 38 GT[1] de CO2 equivalentes (34 de la industria y el sector energético y 4 de la agricultura y suelo) solo pueden ser absorbidos como sumidero 23 GT (12 por bosques y 11 por océanos) quedan 15 GT que permanecen en el sistema. Por tanto, no hay otra, es preciso reducir las emisiones y drásticamente. Para ver el alcance del enorme esfuerzo que supondría esta reducción hagamos unos simples cálculos teóricos. Según NNUU para conseguir una temperatura que no supere en el futuro los 1,5°C que es lo que recomienda el IPCC, se requiere una disminución de un 7,6% de CO2 anual (sería un 2,7% si se plantea llegar al límite de los 2°C como requiere el Acuerdo de París). ¿Qué supone esta cifra? ¿Qué esfuerzo requiere?. Podríamos tener una referencia muy gráfica. El colapso económico de la URSS implicó una reducción de 7,6 GT en 10 años (desde 1992 a 2011 aproximadamente). Las emisiones anuales totales para comparar con esta cifra serían pues de 380 GT (38 anuales en 10 años en la hipótesis planteada), esas 7,6 GT supondrían tan solo un 2% de reducción comparada. Es decir, se necesitarían «derrumbes permanentes» parecidos a la caída de la URSS para cumplir el Acuerdo de París. Algo impensable. El reto es de unas dimensiones casi incalculables. No nos engañemos. El Cambio Climático está aquí y precisa fundamentalmente políticas de adaptación porque las de remisión o mitigación solo pueden abordarse modificando drásticamente el modelo productivo y de consumo.
Ante este reto en el ámbito de las máximas potencias económicas, máximas responsables también de emitir CO2 (es decir el G-20) en un flagrante incumplimiento de un ya de por sí lábil Acuerdo de París, se limitan a mercantilizar los procesos como antes vimos (la COP25 de Madrid insiste en ellos), cuando la realidad es la siguiente:
- Las emisiones han incrementado en todas las parcelas económicas durante el último año.
- Las emisiones de CO2 del sector energético se incrementaron un 1,8%. Esto hace que el objetivo de atajar la subida de temperaturas y limitarla a los 1,5°C se aleje, si cabe, aún más.
- Por lo que se refiere al sector de los transportes, sus emisiones también se han visto incrementadas durante el último año en el cómputo general de los países del G-20. Concretamente, un 1,2%.
- El sector inmobiliario de las potencias mundiales, por su parte, ha incrementado sus emisiones de CO2 en un 4,1%.
- El IPCC advertía que las emisiones de CO2 del sector industrial deberían reducirse al menos un 60% de cara a 2050 si se quiere limitar el calentamiento del planeta a 1,5 grados. La realidad es que, lejos de disminuir, los datos del informe apuntan a un crecimiento de la contaminación de entorno al 3%.
- El mundo agrícola, según los últimos datos de 2016, es el único que esconde cifras globales positivas dentro del G-20, ya que recortó las emisiones de gases de efecto invernadero en un 0,4%. En el ámbito agropecuario gran parte de la emisiones tienen que ver con la deforestación para monocultivos o para el desarrollo de prácticas de pastoreo.
No obstante, los incendios de áreas naturales buscando suelos de cultivo se han incrementado de manera brutal este año (Amazonia, África, Asia …).
- Por último, según Climate Transparency, la crisis climática ha tenido en la población del G-20 durante el último año, impactos notables sobre las formas de vida de los principales estados del mundo, en tanto que los fenómenos meteorológicos extremos vinculados a la coyuntura del calentamiento del planeta dejan cada año cerca de 16.000 muertes y pérdidas económicas de unos 142.000 millones de dólares.
Nada indica por tanto que se esté en el camino de las soluciones.
Mercantilización financiera y crisis climática
¿Hay Alternativas?: No se trata de dar la vuelta a la tortilla sino de cambiar de sartén
Siempre que se plantea el problema, se cuestionan las soluciones… es aquello de «bien, es un grave problema … pero ¿Qué hacemos?». La respuesta es obvia: lo primero ser conscientes de la enorme entidad del riesgo y por tanto no profundizar en él. Pero esto es bien difícil. La ciudadanía no solo debe modificar sus hábitos pues con ello no es suficiente. Por ejemplo, las políticas de transporte y energía que son grandes generadoras del cambio climático no pueden ser modificadas solamente por gestos o meros comportamientos personales voluntaristas sino por una acción política a gran escala.
La ciudadanía, por tanto, debe exigir a sus gobiernos y a las empresas que respeten su futuro. En las instituciones y también en la calle como ya está sucediendo ante la evidencia de que los compromisos y grandes declaraciones solo están sirviendo para mirar al cielo mientras se camina hacia el precipicio. Una trampa en el solitario ante la que la gente joven (que es joven pero no estúpida) ha reaccionado al ver tan hondamente comprometido su propio futuro.
El proceso es complejo, muy complejo porque las soluciones no pueden ser parciales y el tiempo se ha acortado. Hace 30 años se planteaban muchas de las cosas que hoy siguen siendo objetivos. Entonces era urgente; hoy es emergente, y ya no valen tiritas para curar un cáncer. La única solución es cambiar el modelo productivo y de consumo, cambiar los paradigmas pasados, cambiar las estructuras convivenciales y las relaciones de poder que han implicado el abuso de los recursos naturales y por tanto de los bienes comunes que estos implican y los desequilibrios ecológicos que devinieron en desigualdades sociales.
El Medio Ambiente es un indicador, una voz inmejorable para alertar de las desviaciones del modelo de los márgenes de equilibrio socioecológico. Paso a paso se debe alumbrar el futuro de un nuevo modelo de economía social y solidaria de mayor proximidad a la ciudadanía basado en principios de cooperativismo y autogestión que suponen menor impacto ecológico y energético. Un modelo nuevo, resiliente a la crisis climática, en el que se mide el futuro con parámetros más realistas por integrales que un mero indicador contable como el PIB. Lo claro es que la alternativa al capitalismo no es un capitalismo más verde, pues éste ya ha demostrado su fracaso.
Estos últimos 40 ó 50 años de neoliberalismo (y los pasados 10 años en que uniformemente se ubica la crisis) dejan ver las grietas de un modelo que se niega a desaparecer. Pero los sistemas ecológicos han dicho basta. Están en crisis desde hace más de un siglo. Lo podemos llamar Antropoceno, Colapso ambiental, Sexta extinción… da igual. La tendencia es clara. O hay cambios en los patrones y paradigmas económicos o esto no durará mucho porque el modelo está, estructuralmente, en crisis que no es solo económica, sino también ecológica y por tanto global.
En esta situación es obvio que el Estado regulador debe tener un papel esencial en un primer estadio de cambio de modelo y fortalecer su papel como conector entre Mercado y Naturaleza, un rol de interfaz que permitiría las correcciones adecuadas partiendo de algunos principios esenciales:
- Asumir la urgencia de la situación poniendo el foco en el último informe del panel de expertos internacionales IPCC en cuanto a la necesidad imperiosa de reducir emisiones de gases generadores el calentamiento global.
- Abandonar por completo los combustibles fósiles en una transición que asegure el 100% de energía renovables redefiniendo todas las planificaciones estratégicas sectores (industria, transporte, agua, regadíos, ordenación territorial, etc…) con el objetivo de reducir emisiones netas de CO2 y poniendo en marcha políticas activas en materia de biodiversidad en medio rural pero también urbano, como factor esencial de adaptación y mitigación del cambio climático.
- Hacer hincapié en que este cambio climático ahonda en el desequilibrio social, haciendo más vulnerable a quién previamente ya lo es y por tanto abriendo más la brecha de la desigualdad y ruptura de la cohesión social. Las acciones de lucha deben primar la economía social y de proximidad en un esquema de sostenibilidad socioecológica y bioeconómica.
- Insistir en sensibilizar a la ciudadanía en que el cambio climático es un indicador de un modelo productivo y de consumo que es preciso rectificar, fomentando sistemas de concertación social basados en la transparencia y así ahondando en modelos de democracia participativa.
¿Cómo hacer efectivos estos principios? Algunas propuestas:
- Con Políticas de blindaje de recursos y servicios públicos como herramientas de resiliencia al cambio climático.
- Incentivando una fiscalidad ambiental a las grandes corporaciones, ligada a los impactos ambientales producidos y sus riesgos especialmente en las transacciones financieras.
- Fomentando el ahorro energético y las energías renovables y de los sistemas interconectados para una mayor descentralización energética empoderando a estructuras ciudadanas independientes de grandes empresas.
- Creando políticas de interland ciudad/medio rural con un creciente interés en los entornos rurales buscando la descentralización, con el fomento de la biodiversidad como herramienta de resiliencia.
- Fomentando sistemas de seguimiento a determinados productos perniciosos socioecológicamente.
- Ir revisando todas las políticas de urbanismo y planificación territorial con principios específicos de aplicación energías renovables y movilidad sostenible.
- Aplicando políticas reales de transición hidrológica con la absoluta revisión de los paradigmas asumidos hasta el momento (gestión del agua desde las demandas predeterminadas como adecuadas globalmente.
Estas nuevas orientaciones en el tiempo conllevarían a un segundo estadio del modelo tendente a sistemas de la Economía de lo común, donde modelo de economía social y solidaria fueran más y más dominantes, con incentivo de la economía de cercanía o proximidad (más eficiente en términos energéticos y sociales en tanto generadora de cohesión), con sistemas corporativos agroecológicos y/o de comercio justo, donde temas esenciales como aplicación de Renta Básica Universal ayudarían a conformar un nuevo Contrato Social en base a principios de solidaridad intergeneracional donde todo debiera concluir con nuevos medidores de la evolución de la sociedad humana (más allá del PIB). El Cambio Climático pasaría así de ser una oportunidad de negocio a otra para cambiar el mundo y evitar así el Colapso . El tiempo pasa y se acorta para tomar soluciones , mas allá de Cumbres y Ferias del Clima nos jugamos el futuro .
NOTAS
[1] Datos tomados de comunicación por Valeriano Ruiz.