Unión Europea: No toquéis a los pueblos del Magreb y del Machrek
15 agost 2011 | Categories: ATTAC, revolucions àrabs |
Lucile Daumás. ATTAC Marruecos
Intervención en la Universidad de verano de ATTAC en Friburgo (Alemania)
La Unión Europea, durante estas últimas décadas, dio un apoyo incondicional, a pesar de las numerosas advertencias del Parlamento Europeo, a los dictadores, sin matices, del sur del Mediterráneo. El ejemplo tunecino es emblemático.
Actualmente, mientras que dos de sus antiguos amigos, Ben Ali y Mubarak, han sido derrocados, mientras que Gadafi, ex enemigo público número uno— luego transformado en presentable— cayó por segunda vez en desgracia, la Unión Europea no duda en dar lecciones de democracia a los manifestantes del Magreb y del Machrek y de inmiscuirse en la marcha de los procesos de revueltas y revoluciones que como una mancha de aceite se extendió por toda la región.
Y esta injerencia se hace a partir de un doble postulado:
– Europa es, por esencia, democrática. Si pudo, en el pasado, apoyar a dictaduras, lo hizo porque esos dictadores eran garantías de estabilidad (sic) y permitían evitar lo peor, que como todo el mundo sabe, después del «choque de civilizaciones» es el islamismo político. Por lo tanto, Europa es, junto a Estados Unidos, la garantía de la democracia en el mundo.
– Europa, como Estados Unidos, no tiene nada que ver con la situación que perjudica a sus amigos dictadores en la región.
Esta postura parte del análisis de que la «primavera árabe», como se la nombra, es sólo una revuelta de los pueblos contra unos dictadores demasiado despóticos, demasiado corruptos, demasiado acaparadores, esos cleptócratas que sería suficiente reemplazar por un personal más presentable para que todo vuelva al orden.
Ahora también es políticamente correcto considerar que los movimientos sociales árabes mantienen reivindicaciones legítimas. Habría que escuchar a Michèle Aillot-Marie, aconsejar a su colega Mubarak: «cuando millones de personas salen a la calle, hay que escucharlas», apenas dos mese después de las enormes manifestaciones en Francia contra la reforma de las pensiones, que no lograron influir en nada en el contenido de la reforma.
La posición pública de la Unión Europea es que alienta, y ayuda el proceso que se desarrolla, incluso con las armas que se necesitan, como, actualmente, es el caso de Libia. Pero sin olvidarse de proteger sus intereses y de precaverse contra las fluctuaciones de los flujos migratorios que podrían producirse.
Estos postulados merecen algunos comentarios:
El primero concierne a lo que el intelectual libanés Georges Corm llama el etnocentrismo europeo, que continúa considerándose «la vanguardia» de la humanidad que debe abrir el camino a otras naciones, pueblos o civilizaciones. Los dirigentes europeos no imaginan que los tiempos coloniales puedan acabarse y que sería el gran momento en que los pueblos del Sur podrían acceder a su plena soberanía política. Por otra parte, esta arrogancia le valió al gobierno francés dos manifestaciones, una en Túnez y otra en Rabat, delante de sus embajadas, en las que se le rogaba que no se entrometiera en los movimientos populares en curso. Esta injerencia puede ir muy lejos ya que hemos visto cómo las potencias europeas han negociado con la CNT libia las futuras ventas de petróleo, y también los acuerdos firmados por Gadafi en materia de control migratorio.
También se podría rebajar la nota de la naturaleza democrática de estos mismos gobiernos europeos. No sólo observamos cómo la democracia en la propia Europa sufre ataques cada vez más frecuentes, sino que lo constatamos en todos los países europeos. Recordemos las «detenciones preventivas» realizadas por el gobierno danés durante la cumbre sobre el clima. Los ejemplos, desde Génova y mucho antes, de la extensión del dominio de la represión en detrimento del dominio del derecho abundan. Pero no se trata de eso: recordemos el tratado constitucional cuando los ciudadanos de varios países votaron sin conocer el conjunto del texto y donde los ciudadanos irlandeses fueron llamados a votar de nuevo hasta que se dignaran a dar la buena respuesta. No insistiré más sobre esto. Pero recordemos sin embargo que la democracia liberal es la de los mercados omnipotentes , que deciden prácticamente con total impunidad y con una reforzada opacidad lo que les conviene, mientras que se divierte al pueblo con elecciones que cada vez tienen menos sentido, puesto que el debate político y programático está prácticamente ausente. Las propias estructuras de la Comisión Europea son un modelo de funcionamiento no democrático, ya que goza de una inmensa autonomía respecto de las instancias electas de la Unión Europea, sin tener que rendir cuentas a los pueblos de Europa y a sus representantes.
Además, los dirigentes europeos nos mienten. Cuando afirman sostener y ayudar al movimiento democrático, en realidad sostienen y ayudan a los sistemas represivos que tratan de contenerlos. Recordemos el asunto de la entrega de material para la represión al gobierno de Ben Alí, bloqueado en el aeropuerto Charles De Gaulle por los aduaneros. Ese material finalmente no llegó a Túnez, pero, se dice que tres aviones franceses entregaron estos últimos meses material flamante a la policía marroquí. Esto no se pudo verificar, pero por el contrario, los manifestantes en varias ciudades han constatado que últimamente las porras estaban electrificadas, señal de que las Taser habían llegado a Marruecos, en este período crucial. También hay que ver, quedándonos en el ejemplo marroquí, cómo, sin esperar el veredicto popular, los gobiernos europeos alabaron la reforma constitucional (a pesar de una campaña de referéndum y un resultado final del 98, 5 % de sí, dignos de una república… perdón, de una monarquía bananera). De la misma manera, el silencio que acompaña a la represión, llevada a cabo por la policía saudí, en las manifestaciones de Bahrein, es sintomático de la concepción de democracia de varias velocidades promovida por la Unión Europea para los países del Magreb y del Machrek.
Efectivamente, está claro de que la Unión Europea no apoya los procesos populares sino los diferentes procesos de secuestro, por las porras, por el cambio cosmético o por las elecciones, que son los hechos de esos mismos equipos políticos que rodeaban o rodean todavía los déspotas en el poder. Todo lo demás es sólo palabrería para distraer a las masas.
Finalmente, y continuando en esta primera parte política, en ningún momento las potencias occidentales (Estados Unidos y Europa) cuestionan el impacto de las políticas seguidas desde hace décadas en la región, que de Afganistán a Iraq, y en todo Oriente Medio empujaron a los pueblos llamados árabes a refugiarse en el Islam, haciéndoles asumir, a su pesar, el papel del Diablo, del Mal, y hundiendo a toda la región en la guerra y en la inestabilidad. Sin embargo, es innegable cuando los manifestantes desfilan, con una fuerza y un aliento jamás igualados en la historia, en las calles de Damasco, del Cairo, de Túnez o de Casablanca, gritando alto y fuerte que el pueblo quiere —Chaab yourid, en árabe—, que desprende el orgullo inmenso de esos pueblos que sienten que están recuperando la dignidad. Esa, que no sólo fue burlada por el despotismo local, sino sobre todo por esa ideología xenófoba y racista, antiárabe y antiislámica, cuyo último avatar, y no es el menor, ha sido el indescriptible y trágico atentado de Oslo.
También ha sido asombroso ver cómo los gobernantes europeos, que no sacan ninguna lección del fracaso del partenariado euromediterráneo (ya sea en su fórmula inicial lanzada en 1995 en Barcelona o en la fórmula Unión por el Mediterráneo, lanzada en París casi 15 años después), parieron, durante el Consejo Europeo del 23 y 24 de junio de 2011, un nuevo artilugio para proponer a los pueblos mediterráneos: el «Pacto por la democracia y la prosperidad compartida». ¿Entre quiénes es el Pacto? ¿Con los déspotas todavía en el poder? ¿Con los gobiernos de transición? Los términos son los mismos que presidieron el nacimiento del proceso euromediterráneo. Actualmente están totalmente desgastados. He aquí el comentario de un periodista argelino Akram Belkaid, que intervino el pasado mes de abril en una conferencia en la Casa de Europa:
«Europa fracasó con respecto a los países del Sur, haciendo creer que la economía solucionaría todo. Los tratados de libre comercio tuvieron consecuencias catastróficas para las poblaciones de los países de la ribera sur del Mediterráneo, pero fueron interesantes para los regímenes gobernantes. Acentuaron el desequilibrio entre las dos orillas del Mediterráneo en lugar de reabsolverlo».
Cómo se le podría conceder algún crédito a ese pacto, que seguramente será olvidado antes de ser firmado, cuando los dirigentes europeos, con absoluta falta de imaginación, anuncian que harán de la democracia y del respeto de los derechos humanos una condicionalidad para el acceso a los créditos, al mismo nivel que la lucha contra la inmigración. Las condicionalidades son por su propia naturaleza totalmente antidemocráticas, puesto que otorgan plenos poderes al prestamista. Y la experiencia ya ha demostrado la elasticidad de las nociones de democracia y de derechos humanos cuando los millones y los miles de millones de euros están en juego.
Hay que leer los textos de los acuerdos euromediterráneos. Son, en el propio estilo, un concentrado de neocolonialismo. Escritos exclusivamente por expertos europeos, es el único punto de vista expresado por Europa sobre los países socios, que examina atentamente la situación que prevalece en esos países (pero no dice ni una palabra sobre la crisis financiera y económica que sacude al continente, particularmente en la región mediterránea), para ver mejor cómo ayudarlos a aplicar las mismas recetas liberales que les permitirán seguir siendo los proveedores de materias primas, de energía, de rentas, de mano de obra, de tierras, de la acogida con los brazos abiertos a las multinacionales, todo organizado a través de la deuda, del desmantelamiento de todas las protecciones y reglamentaciones, y ahora, del derecho de instalación (por supuesto de las empresas).
Pero para los gobiernos europeos esto no tiene, evidentemente, ninguna relación con esta revuelta que se expresa con una fuerza nunca igualada en la historia, en las calles de Damasco, del Cairo de Túnez o de Casablanca.
Los acuerdos de partenariado prevén sin embargo que las medidas liberales impuestas a marcha forzada a los terceros países mediterráneos, conllevarían el éxodo rural, un aumento del desempleo y múltiples problemas ligados al desmantelamiento de los servicios públicos. Pero de eso, Europa no habla. Si se siente concernida, tanto como Estados Unidos, es, en primer lugar, porque la marcha del mundo no podría hacerse sin estos países, y también porque estas revueltas podrían cuestionar su propia prosperidad (y por lo tanto los negocios que llevan en los países del Sur, así como el petróleo que el Sur les provee) o su propia tranquilidad (quisiera hablar aquí de las oleadas migratorias que chocan con sus fronteras).
Es necesario ver también el lugar desmesurado que ocupó este problema durante la reunión del Consejo Europeo del 23 y 24 del pasado mes de junio: no menos de 11 artículos le estaban dedicados, sobre unos treinta que es el resumen de las conclusiones. Negando la evidencia, los gobiernos europeos continúan acreditando la tesis de una amenaza de invasión migratoria, haciendo recaer todo el peso de la acogida de refugiados, que huyen de Libia o de Siria, a los países limítrofes. Su preocupación mayor es no «alentar la presentación de pedidos injustificados o acrecentar los costes globales para los Estados miembros.» (sic, resumen de conclusiones del Consejo Europeo). Un universitario francés, Jean-François Ballart, por el contrario, en una crónica publicada en el diario Le Monde, expresaba —y con toda razón— su indignación antes los miles de personas que continúan pereciendo al intentar la travesía del Mediterráneo, y su deseo de que los dirigentes europeos sean llevados ante el Tribunal Penal Internacional por estas masacres.
Los gobiernos europeos, envueltos en su dignidad de guardianes de la democracia, no se sienten tampoco concernidos por las reivindicaciones de los manifestantes del Magreb y del Machrek contra unos poderes que les mienten, que les roban y los desposeen de sus derechos cívicos y políticos. ¡Ellos no mienten a sus electores, no les roban, no los desposeen de sus conquistas sociales y políticas!
Ciertamente, el juego democrático en Europa está bien lubricado, se hacen elecciones, los presidentes no se pegan a sus sillones, y los partidos políticos existen, proponiendo la mayor parte los mismos proyectos de sociedad dirigidos por el mundo de las finanzas y de la empresa. La cleptocracia en Europa no cristaliza en la figura del presidente y del personal político (aunque…). No obstante está bien presente y es por eso por lo que nuestro movimiento ATTAC denuncia la dictadura de los mercados. Esta dictadura toma aquí formas más suaves, de lobbies, de conflictos de intereses, de todas las formas de colusión con la banca, la empresa y los políticos. Pero los daños son los mismos. Las poblaciones de Grecia, España, Portugal Irlanda, Islandia saben algo sobre esto y las medidas de austeridad que les son aplicadas, aprovechando el shock de la crisis, serán, y de eso no hay ninguna duda, generalizadas a los pueblos de todos los países europeos, si las poblaciones no logran sublevarse, a pesar de que eso no agrade a sus representantes políticos o sindicales, como lo han hecho los manifestantes de la plaza Tahrir.
Los pueblos del Magreb y del Machrek comprendieron que la batalla es en primer lugar política, ya que lo económica y lo social no son nada más que partes de las opciones políticas. Reivindicar el respeto de la voluntad popular es otra manera de colocar el interés de las poblaciones en el seno del proyecto tanto político como económico. Es allí donde reside la verdadera revolución liderada por los pueblos del Sur del Mediterráneo.
Ya ha comenzado a atravesar el estrecho: el movimiento de los indignados, en España, es, sin duda, el primo hermano de las revueltas árabes. ¿Acaso existe otra solución, aquí en Europa, para una salida democrática y popular de la crisis financiera, económica y social provocada por el liberalismo, que no sea la de tomar la calle?