Una especie en peligro de extinción

4 juliol 2011 | Categories: Opinió |

José Luis Burgos. Attac Acordem

En estas últimas fechas se habla mucho sobre la regeneración democrática, la regeneración política y otras regeneraciones necesarias dentro de un sistema democrático que parece haber pasado a mejor vida, o que tal vez nunca formó parte de nuestras vidas y quedó en un simple documento institucional de buenas intenciones. Pero olvidamos que para que ese engranaje de la maquinaria democrática funcione correctamente, debe existir una regeneración social y una profunda regeneración de las personas.

Francisco y yo hemos pasado aproximadamente un par de semanas a las puertas del Banco  Santander en Paseo de Gracia de Barcelona, a escasos metros de la Plaza de Cataluña, donde todavía flotan en el aire esos sentimientos de indignación que han dejado miles de personas que ocuparon esa y otras plazas de nuestro país, y que siguen su lucha fuera de las mismas trasladándose a barrios y organizando acciones concretas, que no solamente den continuidad a este esperanzador movimiento, sino que consigan despertar conciencias en una ciudadanía que muy difícilmente se percata de lo que está ocurriendo en nuestra sociedad, ya que viven aislados en su mundo superfluo y egoísta.

Algo está cambiando, sí. Algo cambia en paralelo a toda esta iniciativa del 15 M, y es el incremento de irracionalidad y la mayor indiferencia con la que una inmensa mayoría de ciudadanos han decidido hacer frente a las dificultades que atravesamos, amén de la mayor ausencia de actitudes fundamentales que históricamente han definido a la especie humana, sentimientos como el amor, la solidaridad y el sentido de la justicia, quien tal vez no debería ser representada con la balanza y una venda en los ojos, ya que esa venda es la que muchos de nosotros nos ponemos a la hora de mirarla.

En uno de mis anteriores escritos os comunicaba que el Paseo de Gracia se convirtió durante los largos meses que estuve a las puertas del Santander, en uno de los mejores observatorios sociales y antropológicos, donde estudiar el comportamiento humano y la respuesta de las personas ante los problemas que sufre esta sociedad. Y no solamente eso, como diría mi amigo Javier Santana, el pequeño espacio urbano que estuvimos ocupando durante mi huelga de hambre, junto a centenares de personas que me acompañaban en diferentes momentos y se solidarizaban con mi lucha, se convirtió durante ese tiempo en el mayor tramo democrático de ese Paseo de Gracia, justo a la salida de una de las mayores entidades bancarias que han creado con su terrorismo financiero una dictadura sin precedentes en este país.

Ante nosotros han desfilado estos días decenas de miles de transeúntes, entre los cuales predominan de manera aplastante los “autómatas” (personas que parecen no ver ni sentir, y que han olvidado de una forma tan peligrosa su solidaridad que ponen en riesgo de extinción a toda la especie humana). Posiblemente sea muy descarnado el comentario que hago, pero es que ya no es indignación lo que siento, sino rabia e impotencia al comprobar la escasez con la que aparecen las personas de entre ese gran rebaño de cómplices de una deleznable inmoralidad que gobierna nuestra sociedad y nuestras vidas.

Hace más de medio millón de años vivió en Atapuerca (Burgos) un anciano que sufrió cierto grado de minusvalía locomotriz, causada por importantes enfermedades degenerativas que le aquejaron mucho tiempo antes de morir, con más de 45 años de edad. A esta conclusión llegó un grupo de paleontólogos del Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA), que estudió un esqueleto fósil parcial de un corpulento varón.

El texto revela asimismo que este anciano discapacitado, antepasado de los neandertales, tuvo que haber necesitado de una atención especial para poder sobrevivir, pues las enfermedades que padecía tuvieron seguramente manifestaciones posturales y dolorosas en las zonas lumbar y pélvica que le obligarían a adoptar una posición encorvada y, quizás, a usar un báculo para mantenerse erguido. Por ello, este individuo probablemente estaría impedido para cazar, entre otras actividades.

El valor y la lucha, son elementos que hacen grandes a las personas en los momentos más difíciles, momentos en que muchos ciudadanos precisan de una ayuda, no solamente económica, principalmente emocional. La humanidad ha de caracterizarse por su condición de sensibilidad ante los atropellos que sufren los seres que la formamos, independientemente de que esos problemas no les afecten personalmente a ellos sino a sus semejantes. Posiblemente sean ciertos los datos de que casi un 30% de la población española raya o supera el umbral de la pobreza, pero es asqueroso ver y sentir la indiferencia con la que vive ese 70% restante de habitantes que no se preocupan lo más mínimo por las personas que están sufriendo. Posiblemente no sean conscientes de que todos formamos parte de un mismo círculo en el que van cambiando las tornas y se van fundiendo etapas a medida que rueda, posiblemente no sean conscientes de que en ese ecosistema existen unos recursos limitados, y para que ellos disfruten de su provisional y falsa situación de acomodo, otros tienen que ver cómo sus cadenas se restringen y les ahogan.

Algo tiene que pasar para que las personas entendamos que es imprescindible recuperar nuestra esencia humanitaria, por muy escondidos y olvidados que esos ingredientes estén en nuestro interior. Algo tiene que pasar para que la razón y la justicia impere sobre la insensatez y el egoísmo, sobre la estúpida apariencia que pretendemos ofrecer a nuestro entorno, sobre el mayor daño que provocamos, si cabe, a las personas que ya sufren, porque de lo contrario, esa minoría creciente de ciudadanos va a explotar, y con ellos se van a derribar los falsos pilares de las apariencias que dan forma a un concepto de vida totalmente erróneo.

Gritos que reclamaban estos días la defensa de unos derechos humanos, han dejado afónicas las gargantas que los lanzaban. Gritos de desesperación para salvar una vida humana se apagaban estos días en el Paseo de Gracia de Barcelona, ante la masiva indiferencia de las gentes que lo recorrían. Hoy Juan Pedro, seguirá contando con el apoyo y amor incondicional de una familia que no lo abandona. Hoy Juan Pedro recibirá una doble alegría, la de un padre que regresa a su lado tras ver frustrados sus intentos de buscar apoyo para salvarle la vida, y la alegría de no poder ver la complicidad con la que toda una sociedad le niega la oportunidad a disfrutar con dignidad sus últimas luces de vida.

José Luis Burgos.

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