La Unión Europea sigue rehén de los mercados financieros

3 juny 2010 | Categories: Opinió |

Miguel Otero – Comisión Justicia Fiscal Global ATTAC España

En mayo de 2008, en medio de la crisis subprime, y seis meses antes del derrumbe del banco de inversiones Lehman Brothers y del consecuente terremoto financiero, grandes personalidades de la socialdemocracia europea como Jacques Delors, Jacques Santer, Helmut Schmidt y Massimo d’Alema escribieron una carta al Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, titulada “Financial Markets cannot govern us!”, ¡los mercados financieros no pueden gobernarnos! En ella explicaban cómo años de desregulación financiera habían creado un monstruo que si no se controlaba podía desatar todavía más sufrimiento e inestabilidad.

Esas palabras fueron premonitorias. Meses más tarde la convulsión en los mercados fue todavía mayor. Lehman cayó en bancarrota, la reserva federal y el banco central europeo se vieron en la necesidad de rescatar sus sistemas bancarios, el mercado y el crédito internacional se congelaron, el mundo cayó en una recesión global y millones perdieron sus puestos de trabajo. Estábamos viviendo los momentos más dramáticos, hasta ahora, de la llamada “Gran Recesión”. Por aquel entonces la frase: ¡Los mercados financieros no pueden gobernarnos!” resonaba más fuerte que nunca en los cafés de las cumbres del G20 y sobre todo en los pasillos de la Comisión Europea en Bruselas. La presión social era tan fuerte que no se podía seguir con el estatus quo. Sarkozy declaraba solemnemente que era hora de “reformar el capitalismo”.

Sin embargo, después de todas estas lecciones y después de ver cómo el monstruo de los mercados sigue comiéndose víctimas -esta vez por Grecia, cuna de la democracia- los líderes europeos siguen incapaces de reformar el sistema. La decisión del Consejo Europeo de Ministros de Finanzas de no votar sobre la Directiva de Fondos Alternativos en su reunión del 16 de marzo, gracias a la presión ejercida por el primer ministro británico Gordon Brown sobre José Luis Rodríguez Zapatero, a cargo de la agenda del Consejo Europeo durante la presidencia española de la UE, es el más claro síntoma de que los mercados nos siguen gobernando. Pese a la crisis y pese al sufrimiento de muchos.

Y no es que los políticos no intenten cambiar las cosas. Esa sería una explicación demasiado simple. El caso es que lo intentan (sobre todo los franceses, los alemanes y muchos diputados del Parlamento Europeo, apoyados por muchas ONGs y think tanks), pero el problema es que se encuentran con una presión asfixiante del sector financiero. El primer borrador de la Directiva de Fondos Alternativos de la UE, que pretende regular los polémicos hedge funds (fondos de cobertura) y los private equity funds (los fondos de capital riesgo), fue redactado en su mayor parte por el bloque socialdemócrata del Parlamento Europeo, aferrándose éste a la máxima acordada por el G20 de que es necesario “regular todos los actores y todos los productos del sistema financiero”. El bloque de la derecha del Parlamento Europeo aprobó esta primera propuesta de directiva a regañadientes como un cambio de favor. La derecha aceptó votar a favor de la directiva si los socialistas votaban a favor de un segundo mandato de Barroso al frente de la Comisión. Así es como funciona la democracia en Bruselas.

Una vez aprobada la propuesta de directiva en el Parlamento, el tema pasó a la Comisión, y allí es cuando empezó la gran batalla. Los británicos, que albergan en la City de Londres entre el 70% y el 80% de los fondos de alto riesgo de toda Europa, pusieron en marcha su enorme maquinaría de presión para diluir la propuesta de directiva. El lobby financiero de la City puso a trabajar a todos sus empleados para ejercer el máximo de coacción. Los esfuerzos de esta infantería moderna no fueron suficientes y a finales de año tuvo que llegar a Bruselas la artillería pesada encabezada por Boris Johnson, alcalde Tory de Londres, quien se pasó casi una semana en la capital europea convenciendo a la Comisión para rebajar los requerimientos de la directiva. Por aquel entonces, Poul Nyrup Rasmussen, líder de los socialdemócratas en el Parlamento denunciaba que no era de extrañar que Johnson luchase tan enérgicamente en contra de la propuesta. Su gabinete de investigación había descubierto que los hedge funds de Londres habían financiado el 70% de la campaña electoral de Boris Johnson para arrebatarle la alcaldía al izquierdista Ken Livingston.

Viendo que los ingleses estaban diluyendo la directiva a marchas forzadas, los franceses contraatacaron y convencieron a Barroso para nombrar como comisario del mercado interno, y por lo tanto a cargo de regular el sector financiero europeo (incluida la City), al francés Michel Barnier. Ese día Sarkozy se jactó de que el modelo europeo le había dado por fin un duro golpe al modelo anglosajón basado en el laissez faire financiero. Al día siguiente, la City se puso en pie de guerra y reforzó todavía más los esfuerzos para suavizar la directiva. Los hedge funds de la City señalaron al Gobierno británico que la cuestión era de interés nacional. Los fondos especulativos son para la economía británica lo que el vino es para la economía francesa o los coches para la economía alemana. Defender la industria financiera es una cuestión de estado. La táctica de esta industria suele ser siempre la misma: el chantaje. “O se mantiene la regulación blanda o nos vamos para Nueva York o para Ginebra”. Esa es la cantinela que se oye siempre desde la City.

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Sin embargo, esa presión ya no basta. Los alemanes y franceses se han dado cuenta que el mercado europeo es demasiado grande y atractivo para abandonarlo. Con lo cual, la City ha tenido que echar mano de su gran hermano: Wall Street. Hace unas semanas Timothy Geithner, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, le envió una carta personal a Michel Barnier intercediendo a favor de los hedge funds algo-americanos y pidiendo una regulación más ligera en Europa. Uno de los puntos más contenciosos es decidir cómo se regulan y supervisan los fondos alternativos que tienen sus bases en paraísos fiscales como las Islas Caimán o Jersey. Como la mayoría de las operaciones de estos fondos opacos se realizan a través de Wall Street y Londres, los angloamericanos no quieren ejercer demasiado control sobre ellos, mientras que los europeos sí que quieren mayor transparencia. Para los británicos, lo ideal sería establecer un pasaporte europeo para todos los fondos. Según esta propuesta, una vez que un fondo tiene el visto bueno del regulador de la City ya no debería tener ninguna restricción de operar en la zona euro. Los europeos, sin embargo, no ceden. Como saben que la regulación en la City es más permisiva, quieren tener el poder de regular desde el continente a este tipo de fondos especulativos.

Esta es una batalla financiera entre el continente europeo y el mundo angloamericano. Geithner dice que la propuesta continental es proteccionista, mientras que los europeos alegan que simplemente ponen en marcha lo acordado en el G20. Los líderes europeos opinan que una mayor regulación es necesaria por el riesgo sistémico que cargan estos fondos. La crisis griega, reforzada por los ataques especulativos de los hedge funds angloamericanos, es un nuevo ejemplo de esta realidad. Para los británicos, en cambio, todo esto es una estrategia de París y Berlín para debilitar el poder de la City. “No se trata de proteger al ciudadano común de la Unión Europea”, dicen, “sino de robarle puestos de trabajo a la City”. Esta es la lógica de la industria financiera y ésa es la razón por qué Gordon Brown llamó a Zapatero para evitar el voto final en el Consejo Europeo. Como se aproximan las elecciones generales en el Reino Unido, Brown no se puede permitir una derrota en esta votación. La City se le echaría encima. Su estrategia es ganar más tiempo y seguir diluyendo la directiva. La Unión Europea sigue siendo así rehén de los mercados financieros mientras la población tiene que soportar los ataques especulativos del monstruo desatado. Este es un claro ejemplo de cómo los mercados financieros no pueden gobernarnos. ¿Cuántos ejemplos más necesitamos para cambiar de rumbo?

 

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