La reinvención de Las Naciones Unidas, una Organización indispensable

30 abril 2010 | Categories: Democràcia, Internacional |

Elaboración de Miguel d’Escoto Brockmann, Presidente de la Asamblea General de Las Naciones Unidas 2008-2009 y Leonardo Boff, profesor emérito de ética de la Universidad de Río de Janeiro

Afirmamos que Las Naciones Unidas es una Organización indispensable para la salvación del mundo, pero, a pesar de que estamos plenamente conscientes de todas las cosas buenas que la ONU ha hecho a lo largo de toda su existencia, no dudamos en declararla fracasada. Las instituciones deben ser evaluadas no por el número de cosas “buenas” que pueden haber hecho. La evaluación de toda institución siempre deberá ser basada en el cumplimiento o logro de su razón de ser. De hecho, cosas que objetivamente pueden ser buenas, institucionalmente pueden llegar a ser consideradas negativas si constituyen una distracción del propósito de la institución.

Las Naciones Unidas fue creada con un único propósito: detener lo que se temía era una racha irreversible de conflictos bélicos como las dos grandes en la primera mitad del siglo XX. Se pensó que había que ponerse de acuerdo en un código de comportamiento civilizado entre las naciones y crear una instancia judicial para dirimir controversias sin tener que recurrir a guerras.

Se pensó también que además de respetar el imperio del derecho en las relaciones internacionales, era imprescindible desactivar una bomba de tiempo que más temprano que tarde podría estallar en otra guerra mundial aun más sangrienta que las dos anteriores: el hambre y la pobreza existentes ya hace 64 años. Estas fueron las razones que llevaron a la suscripción de la Carta de San Francisco y a la creación de las Instituciones de Bretton Woods, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial que, en verdad, en vez de propiciar la superación de la pobreza en el mundo, han ayudado a profundizarla más.

Cabe notar que en el tiempo de su creación, Las Naciones Unidas no tenía la conciencia de la cuestión ambiental y de las graves amenazas que futuramente iban a desafiar a todos los pueblos. Buscaba con razón el Bien Común de todas las sociedades que hoy, con la conciencia que tenemos, debe ser enriquecido con el Bien Común de la Tierra y de la Humanidad.

Analizada Las Naciones Unidas desde estos dos objetivos esenciales, no podemos dejar de constatar que lamentablemente no ha logrado sus propósitos. Esto se evidencia por el triste hecho de que una obligación tan importante como la declaración del Estado Palestino sigue sin dársele cumplimiento y agresiones genocidas y invasiones, como las actuales contra Irak y Afganistán, siguen matando centenares de miles de personas, generalmente inocentes, con total y absoluta impunidad.

La inmensa mayoría de los habitantes de la Tierra considera Las Naciones Unidas como una institución debilitada, inefectiva y hasta innecesaria. El país más poderoso de la Tierra y menos preocupado por el futuro ecológico de la Madre Tierra ha ayudado a desmoralizar la Organización al no respetar sus decisiones y al comportarse como su dueño y manipular a su antojo al Consejo de Seguridad.

No obstante, aun reconociendo todas estas críticas como válidas, no dudamos en afirmar que la solución no está en olvidarse de Las Naciones Unidas. Es nuestra Organización. Fue creada en nombre de “nosotros los pueblos” y estos pueblos consideran abusivo y antidemocrático el privilegio que algunos países poderosos se arrogan de interponer vetos y así bloquear decisiones y acciones fundamentales para la paz y el bienestar del mundo.

Todo eso podemos y debemos cambiar si queremos unas Naciones Unidas al servicio de la Paz y de la Vida dónde se respete el principio de la igualdad soberana de todos los Estados Miembros; sin privilegios de ninguna clase para ninguno; dónde decisiones que afectan a todos son tomadas por todos y no sólo por el pequeño grupo que goza de un privilegio injusto de veto; una Organización en la cual todos sean igualmente obligados a abstenerse de cometer crímenes contra la dignidad de la Madre Tierra y de la Humanidad o, de lo contrario, atenerse a las consecuencias, independientemente de que sean o no sean parte de los tratados o protocolos pertinentes. El no ser parte de un tratado no equivale a tener licencia para cometer el tipo de crímenes que el tratado pretende evitar.

Para salvar a Las Naciones Unidas hay que reflexionar un poco sobre cómo un desvío tan dramático de los propósitos fundacionales pudo ocurrir. No se puede negar que a los poderosos no convenía tener una instancia más alta a la cual debían someterse. Algunos de ellos nunca creyeron en el imperio de la ley en las relaciones internacionales. Desgraciadamente la ley de la selva ­es decir­ el derecho del más fuerte, sigue siendo dominante en la mentalidad y conducta de algunos de los más influyentes Miembros de la ONU. La mayoría de la membresía de la ONU nos negamos a aceptar que algún país revindique excepcionalidad. La Madre Tierra no conoce un Destino Manifiesto por que todos los pueblos son sus hijos e hijas queridos y todos con igual dignidad y derechos habitan la misma Casa Común.

A lo largo de los años en la ONU se fueron introduciendo normas de procedimiento cuyo único objetivo fue limitar el poder de la Asamblea General, centro neurálgico de todo el sistema de Las Naciones Unidas, y reducir al presidente de la Asamblea General a una figura meramente protocolaria a pesar de que, según la Carta, es el más alto funcionario de la Organización, con rango de jefe de Estado y el Secretario General es sólo el jefe de la inmensa burocracia, sometido muchas veces a presiones insoportables por parte de los países pudientes.

Todo esto, sin embargo, se puede cambiar. El poder de la Asamblea General, del Grupo de los 192, puede ser rescatado y, en gran parte, lo fue durante el 63 período de sesiones. Este rescate del poder de la Asamblea General, es decir, la democratización de la ONU es posible y debe continuar.

Para contribuir a este rescate del poder de “nosotros los pueblos” dentro de Las Naciones Unidas nos hemos propuesto trabajar en:

I ­ Una Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad como documento esencial para la reinvención de la ONU y que complemente la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Estamos claros de que el excesivo antropocentrismo, codicia y egoísmo de la cultura dominante dificultará la adopción de dicha Declaración, pero se logrará.

II ­ Una carta de la Organización a tono con las exigencias del Siglo XXI que deberá garantizar nuestra sobrevivencia promoviendo el Bien Común de la Tierra y de la Humanidad.

III ­ La creación de un Tribunal compuesto por notables de las cinco regiones que integran Las Naciones Unidas para conocer acusaciones de crímenes contra el Bien Común de la Tierra y de la Humanidad interpuestas por miembros de la Organización. Su funcionamiento sería similar al de la actual Corte Internacional de Justicia, con la diferencia de que las condenas no podrán ser ignoradas cómo lo hizo Estados Unidos en el caso interpuesto por Nicaragua contra ellos en La Haya.

En esta oportunidad presentaremos únicamente nuestra propuesta de Declaración Universal. Posteriormente presentaremos las otras dos.

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